miércoles, 23 de noviembre de 2011

Siempre es el corazón delator..

¡Es cierto! Siempre he sido nervioso, muy nervioso, terriblemente nervioso. ¿Pero por qué afirman ustedes que estoy loco? La enfermedad había agudizado mis sentidos, en vez de destruirlos o embotarlos. Y mi oído era el más agudo de todos. Oía todo lo que puede oírse en la tierra y en el cielo. Muchas cosas oí en el infierno. ¿Cómo puedo estar loco, entonces? Escuchen... y observen con cuánta cordura, con cuánta tranquilidad les cuento mi historia.

Me es imposible decir cómo aquella idea me entró en la cabeza por primera vez; pero, una vez concebida, me acosó noche y día. Yo no perseguía ningún propósito. Ni tampoco estaba colérico. Quería mucho al viejo. Jamás me había hecho nada malo. Jamás me insultó. Su dinero no me interesaba. Me parece que fue su ojo. ¡Sí, eso fue! Tenía un ojo semejante al de un buitre... Un ojo celeste, y velado por una tela. Cada vez que lo clavaba en mí se me helaba la sangre. Y así, poco a poco, muy gradualmente, me fui decidiendo a matar al viejo y librarme de aquel ojo para siempre.

Presten atención ahora. Ustedes me toman por loco. Pero los locos no saben nada. En cambio... ¡Si hubieran podido verme! ¡Si hubieran podido ver con qué habilidad procedí! ¡Con qué cuidado... con qué previsión... con qué disimulo me puse a la obra! Jamás fui más amable con el viejo que la semana antes de matarlo. Todas las noches, hacia las doce, hacía yo girar el picaporte de su puerta y la abría... ¡oh, tan suavemente! Y entonces, cuando la abertura era lo bastante grande para pasar la cabeza, levantaba una linterna sorda, cerrada, completamente cerrada, de manera que no se viera ninguna luz, y tras ella pasaba la cabeza. ¡Oh, ustedes se hubieran reído al ver cuán astutamente pasaba la cabeza! La movía lentamente... muy, muy lentamente, a fin de no perturbar el sueño del viejo. Me llevaba una hora entera introducir completamente la cabeza por la abertura de la puerta, hasta verlo tendido en su cama. ¿Eh? ¿Es que un loco hubiera sido tan prudente como yo? Y entonces, cuando tenía la cabeza completamente dentro del cuarto, abría la linterna cautelosamente... ¡oh, tan cautelosamente! Sí, cautelosamente iba abriendo la linterna (pues crujían las bisagras), la iba abriendo lo suficiente para que un solo rayo de luz cayera sobre el ojo de buitre. Y esto lo hice durante siete largas noches... cada noche, a las doce... pero siempre encontré el ojo cerrado, y por eso me era imposible cumplir mi obra, porque no era el viejo quien me irritaba, sino el mal de ojo. Y por la mañana, apenas iniciado el día, entraba sin miedo en su habitación y le hablaba resueltamente, llamándolo por su nombre con voz cordial y preguntándole cómo había pasado la noche. Ya ven ustedes que tendría que haber sido un viejo muy astuto para sospechar que todas las noches, justamente a las doce, iba yo a mirarlo mientras dormía.

Al llegar la octava noche, procedí con mayor cautela que de costumbre al abrir la puerta. El minutero de un reloj se mueve con más rapidez de lo que se movía mi mano. Jamás, antes de aquella noche, había sentido el alcance de mis facultades, de mi sagacidad. Apenas lograba contener mi impresión de triunfo. ¡Pensar que estaba ahí, abriendo poco a poco la puerta, y que él ni siquiera soñaba con mis secretas intenciones o pensamientos! Me reí entre dientes ante esta idea, y quizá me oyó, porque lo sentí moverse repentinamente en la cama, como si se sobresaltara. Ustedes pensarán que me eché hacia atrás... pero no. Su cuarto estaba tan negro como la pez, ya que el viejo cerraba completamente las persianas por miedo a los ladrones; yo sabía que le era imposible distinguir la abertura de la puerta, y seguí empujando suavemente, suavemente.

Había ya pasado la cabeza y me disponía a abrir la linterna, cuando mi pulgar resbaló en el cierre metálico y el viejo se enderezó en el lecho, gritando:

-¿Quién está ahí?

Permanecí inmóvil, sin decir palabra. Durante una hora entera no moví un solo músculo, y en todo ese tiempo no oí que volviera a tenderse en la cama. Seguía sentado, escuchando... tal como yo lo había hecho, noche tras noche, mientras escuchaba en la pared los taladros cuyo sonido anuncia la muerte.

Oí de pronto un leve quejido, y supe que era el quejido que nace del terror. No expresaba dolor o pena... ¡oh, no! Era el ahogado sonido que brota del fondo del alma cuando el espanto la sobrecoge. Bien conocía yo ese sonido. Muchas noches, justamente a las doce, cuando el mundo entero dormía, surgió de mi pecho, ahondando con su espantoso eco los terrores que me enloquecían. Repito que lo conocía bien. Comprendí lo que estaba sintiendo el viejo y le tuve lástima, aunque me reía en el fondo de mi corazón. Comprendí que había estado despierto desde el primer leve ruido, cuando se movió en la cama. Había tratado de decirse que aquel ruido no era nada, pero sin conseguirlo. Pensaba: "No es más que el viento en la chimenea... o un grillo que chirrió una sola vez". Sí, había tratado de darse ánimo con esas suposiciones, pero todo era en vano. Todo era en vano, porque la Muerte se había aproximado a él, deslizándose furtiva, y envolvía a su víctima. Y la fúnebre influencia de aquella sombra imperceptible era la que lo movía a sentir -aunque no podía verla ni oírla-, a sentir la presencia de mi cabeza dentro de la habitación.

Después de haber esperado largo tiempo, con toda paciencia, sin oír que volviera a acostarse, resolví abrir una pequeña, una pequeñísima ranura en la linterna.

Así lo hice -no pueden imaginarse ustedes con qué cuidado, con qué inmenso cuidado-, hasta que un fino rayo de luz, semejante al hilo de la araña, brotó de la ranura y cayó de lleno sobre el ojo de buitre.

Estaba abierto, abierto de par en par... y yo empecé a enfurecerme mientras lo miraba. Lo vi con toda claridad, de un azul apagado y con aquella horrible tela que me helaba hasta el tuétano. Pero no podía ver nada de la cara o del cuerpo del viejo, pues, como movido por un instinto, había orientado el haz de luz exactamente hacia el punto maldito.

¿No les he dicho ya que lo que toman erradamente por locura es sólo una excesiva agudeza de los sentidos? En aquel momento llegó a mis oídos un resonar apagado y presuroso, como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Aquel sonido también me era familiar. Era el latir del corazón del viejo. Aumentó aún más mi furia, tal como el redoblar de un tambor estimula el coraje de un soldado.

Pero, incluso entonces, me contuve y seguí callado. Apenas si respiraba. Sostenía la linterna de modo que no se moviera, tratando de mantener con toda la firmeza posible el haz de luz sobre el ojo. Entretanto, el infernal latir del corazón iba en aumento. Se hacía cada vez más rápido, cada vez más fuerte, momento a momento. El espanto del viejo tenía que ser terrible. ¡Cada vez más fuerte, más fuerte! ¿Me siguen ustedes con atención? Les he dicho que soy nervioso. Sí, lo soy. Y ahora, a medianoche, en el terrible silencio de aquella antigua casa, un resonar tan extraño como aquél me llenó de un horror incontrolable. Sin embargo, me contuve todavía algunos minutos y permanecí inmóvil. ¡Pero el latido crecía cada vez más fuerte, más fuerte! Me pareció que aquel corazón iba a estallar. Y una nueva ansiedad se apoderó de mí... ¡Algún vecino podía escuchar aquel sonido! ¡La hora del viejo había sonado! Lanzando un alarido, abrí del todo la linterna y me precipité en la habitación. El viejo clamó una vez... nada más que una vez. Me bastó un segundo para arrojarlo al suelo y echarle encima el pesado colchón. Sonreí alegremente al ver lo fácil que me había resultado todo. Pero, durante varios minutos, el corazón siguió latiendo con un sonido ahogado. Claro que no me preocupaba, pues nadie podría escucharlo a través de las paredes. Cesó, por fin, de latir. El viejo había muerto. Levanté el colchón y examiné el cadáver. Sí, estaba muerto, completamente muerto. Apoyé la mano sobre el corazón y la mantuve así largo tiempo. No se sentía el menor latido. El viejo estaba bien muerto. Su ojo no volvería a molestarme.

Si ustedes continúan tomándome por loco dejarán de hacerlo cuando les describa las astutas precauciones que adopté para esconder el cadáver. La noche avanzaba, mientras yo cumplía mi trabajo con rapidez, pero en silencio. Ante todo descuarticé el cadáver. Le corté la cabeza, brazos y piernas.

Levanté luego tres planchas del piso de la habitación y escondí los restos en el hueco. Volví a colocar los tablones con tanta habilidad que ningún ojo humano -ni siquiera el suyo- hubiera podido advertir la menor diferencia. No había nada que lavar... ninguna mancha... ningún rastro de sangre. Yo era demasiado precavido para eso. Una cuba había recogido todo... ¡ja, ja!

Cuando hube terminado mi tarea eran las cuatro de la madrugada, pero seguía tan oscuro como a medianoche. En momentos en que se oían las campanadas de la hora, golpearon a la puerta de la calle. Acudí a abrir con toda tranquilidad, pues ¿qué podía temer ahora?

Hallé a tres caballeros, que se presentaron muy civilmente como oficiales de policía. Durante la noche, un vecino había escuchado un alarido, por lo cual se sospechaba la posibilidad de algún atentado. Al recibir este informe en el puesto de policía, habían comisionado a los tres agentes para que registraran el lugar.

Sonreí, pues... ¿qué tenía que temer? Di la bienvenida a los oficiales y les expliqué que yo había lanzado aquel grito durante una pesadilla. Les hice saber que el viejo se había ausentado a la campaña. Llevé a los visitantes a recorrer la casa y los invité a que revisaran, a que revisaran bien. Finalmente, acabé conduciéndolos a la habitación del muerto. Les mostré sus caudales intactos y cómo cada cosa se hallaba en su lugar. En el entusiasmo de mis confidencias traje sillas a la habitación y pedí a los tres caballeros que descansaran allí de su fatiga, mientras yo mismo, con la audacia de mi perfecto triunfo, colocaba mi silla en el exacto punto bajo el cual reposaba el cadáver de mi víctima.

Los oficiales se sentían satisfechos. Mis modales los habían convencido. Por mi parte, me hallaba perfectamente cómodo. Sentáronse y hablaron de cosas comunes, mientras yo les contestaba con animación. Mas, al cabo de un rato, empecé a notar que me ponía pálido y deseé que se marcharan. Me dolía la cabeza y creía percibir un zumbido en los oídos; pero los policías continuaban sentados y charlando. El zumbido se hizo más intenso; seguía resonando y era cada vez más intenso. Hablé en voz muy alta para librarme de esa sensación, pero continuaba lo mismo y se iba haciendo cada vez más clara... hasta que, al fin, me di cuenta de que aquel sonido no se producía dentro de mis oídos.

Sin duda, debí de ponerme muy pálido, pero seguí hablando con creciente soltura y levantando mucho la voz. Empero, el sonido aumentaba... ¿y que podía hacer yo? Era un resonar apagado y presuroso..., un sonido como el que podría hacer un reloj envuelto en algodón. Yo jadeaba, tratando de recobrar el aliento, y, sin embargo, los policías no habían oído nada. Hablé con mayor rapidez, con vehemencia, pero el sonido crecía continuamente. Me puse en pie y discutí sobre insignificancias en voz muy alta y con violentas gesticulaciones; pero el sonido crecía continuamente. ¿Por qué no se iban? Anduve de un lado a otro, a grandes pasos, como si las observaciones de aquellos hombres me enfurecieran; pero el sonido crecía continuamente. ¡Oh, Dios! ¿Qué podía hacer yo? Lancé espumarajos de rabia... maldije... juré... Balanceando la silla sobre la cual me había sentado, raspé con ella las tablas del piso, pero el sonido sobrepujaba todos los otros y crecía sin cesar. ¡Más alto... más alto... más alto! Y entretanto los hombres seguían charlando plácidamente y sonriendo. ¿Era posible que no oyeran? ¡Santo Dios! ¡No, no! ¡Claro que oían y que sospechaban! ¡Sabían... y se estaban burlando de mi horror! ¡Sí, así lo pensé y así lo pienso hoy! ¡Pero cualquier cosa era preferible a aquella agonía! ¡Cualquier cosa sería más tolerable que aquel escarnio! ¡No podía soportar más tiempo sus sonrisas hipócritas! ¡Sentí que tenía que gritar o morir, y entonces... otra vez... escuchen... más fuerte... más fuerte... más fuerte... más fuerte!

-¡Basta ya de fingir, malvados! -aullé-. ¡Confieso que lo maté! ¡Levanten esos tablones! ¡Ahí... ahí!¡Donde está latiendo su horrible corazón!

Edgar Allan Poe.

martes, 24 de noviembre de 2009

los roles, esa cosa que empezamos a tipificar cuando estamos en el seno familiar y que seguimos adquiriendo (muchos roles) a lo largo de la vida.
Ayer me tipificaron 3 veces, y de personas que no lo esperaba.
Gracias amor, rompiste mis expectativas...

nada más por el momento, la tristeza me ganó-.

lunes, 27 de julio de 2009

sueño de un día de verano.

Todo empezo en una caminata, hacía calor, era de mañana. Nunca había estado en ese barrio asi que no conocia las calles bien. El estaba al lado mío y yo al lado de él. Era de mañana.
Nos abrazamos y el sol ya nos encandilaba, caminamos por esas calles...era de mañana, lo dije?, ya ni me acuerdo de todo, pero sé qe su mano estaba fresca, que en la calle se sentía el olor a rocío de verano, que hacía mucho calor y que no conocía ese barrio.
Hacían 10 días y 20 hs que nos conocíamos, pero ya era todo mío.
Ya era mediodía, ya estaba donde conocía, hacía tanto calor, ya no te sentía, ya no era yo, no sabía donde estaba pero vos no estabas ahi conmigo.
De golpe miro para arriba, eran ya las 4 de la tarde, el calor se hacía insoportable y los árboles parecian mi mejor resguardo, mis amigos, te busqué y ya no estabas.
A las 7 ya estaba en casa, me acosté porque estaba agotada y vos no estabas más, ya ni me acordaba de nada, exististe alguna vez?.
Ya era de mañana otra vez, otra vez el olor a rocío de verano, pero ya no me sentía extraña, ya el sol no me encandilaba, yo estaba acostada y tu mano no me acariciaba.

EL REPLANTEO.

Sos el amigo golpeador, la amiga que se va a casar pero molesta a los novios de las demás, sos una palabra de desaliento en el día más triste de alguien, sos los silencios en la historia, sos todo eso y más...sos lo más oscuro y ruin del mundo.

y asi, con trozos de lágrimas y a veces una suave brisa se disipa todo, y todo eso que sos se va...y quedás limpio, pero no para mi. Para mi siempre vas a ser todo eso, todo lo más feo que la mente humana pueda imaginar. Para mi nunca vas a volver a ser limpio y puro, nunca más.

miércoles, 22 de julio de 2009

¿qué sos?

Te defino y redefino todo el tiempo, todos los días, con cada mirada y se lo que no sos...No sos un día de verano, ni un febrero soleado, no sos una caminata por la calle corrientes ni un día en el río, no, sos mucho más.. sos una flor en un cumpleaños, sos un abrazo mientras lloro, sos una lluvia fuerte de verano en una plaza, sos los pies tocando la arena y el mar, sos un te amo, sos la suma de todos los momentos, sos todo eso y más...

y asi se lo que sos..

martes, 21 de julio de 2009

a Santiago, antiguo amigo.

y yo que crei qe eras como esas hojas qe vuelan libres y sin restricciones...pero si volabas, como un barrilete qe cambia con el viento.
Crei qe eras amigo, fiel, algo seguro, sano, salvo, bueno, puro, confiable...algo asi como cuando el mar esta calmo y el cielo azul...pero solo fuiste un nubarrón y agua turbia en mi vida.

si, no voy a negar que hubo momentos lindos, como cuando me presentaste el amor vestido de amistad, pero lo borroneaste y lo llenaste de oscuridad, lo pasaste por el barro, lo convertiste en lo mas triste...te convertiste en un ser ruin.
NO sos mejor que todo eso que odias o de lo qe te supones alejado, por 3 luces fijas sobre vos sos capaz de apagar la de los demás, y asi apagaste esta amistad en mi..amistad corta, pero apreciada por mi.

fuiste algo sincero hasta qe descubri que me mentias, fuiste algo valioso hasta qe descubri que no todo lo qe es oro brilla.

martes, 17 de marzo de 2009

desvincular.

Cuestiones de trabajo: he notado que se sienten menos mal cuando en lugar de decir echar o despedir usan el verbo "desvincular". Claro...Vinculo tengo con la persona que amo, con mis amigos, con mi flia, pero nunca jamás con el lugar que me explota para generar sus millones.
Se equivoca Don empresario, se equivoca mucho.

Empecé mi profesorado de historia y rendi mis finales, me faltan 20 materias para ser comunicologa, como diria mi docente favorita de antropología, y unas 36 para ser docente de Historia y decirles a los chicos que hay vida más allá que el fotolog.

igual sigo creyendo que un buen cigarro mágico en una noche estrellada de la mano de mi amor supera todo, todo lo malo.

Afuera siguen peleandose por mi, mi papá sigue internado buscando alguien que le arregle el corazón, la UBA sigue perdiendo mis actas de cursadas, Tommy sigue juntando polvo desde la ultima vez que tuve el placer de verlo, ahora hace más frio, el pantalón me aprieta más pero me seguis amando, no hay monedas en Buenos Aires, tengo un problema en la columna y todos los días me duele, me quedé sin trabajo, mi cuarto esta sucio, me duele el quiste en la mano, apenas puedo hilvanar 3 palabras y culpo de eso a mi ex trabajo, perdi la capacidad de distinguir entre mi bien y mi mal, solo soy feliz abrazada a vos, me da frio cuando te vas, hay una media sucia mirandome con cara de "limpiame", hay un señor que me señala y espera lo mejor de mi, hay alguien que piensa lo peor de mi, hay amigas que volaron con el viento de verano, hay amigos que persisten, hay algunos que entienden que no quiero hablar, y hay otros que no.
Hay dos ojos que me miran y no me juzgan, y miles que si.

y a mi ya dejo de importarme.