Caminé por las calles desiertas o casi desiertas de una zona de chalets. Algunos habitantes, a pesar de la hora matinal, ya estaban levantados; me miraban pasar desde los garages. Parecían preguntarse qué estaba haciendo yo ahí. Si me hubieran abordado me habría costado mucho contestarle. En efecto nada justificaba mi presencia allí ni en ninguna otra parte a decir verdad.
Lucas me había dejado un mensaje en el celular 10 minutos después de que me bajé de su auto cerca de los chalets.
Eran casi las 7 de la mañana y lo único que me molestaba era el frío que sentía en el cuello y los recuerdos de una noche nefasta que hubiera preferido nunca vivir.
En las puertas de sus casas dos señoras barrían las hojas que ya no caían sino que llovían; y mientras la escoba arrimaba las mismas en una esquina ellas cuchicheaban sobre mí. Es que eran las 7, estaba despeinada, mi rimel corrido por esa noche nefasta y muy desabrigada para el mes de Junio.
A metros se me notaba la tristeza y ni hablar de los remordimientos. - ¡ya no te voy a llamar más!- le grité cuando me bajé de su auto. - ¡Olvidate de mi, lo que hicimos esta mal!- y en el apuro y el griterío me bajé donde pude.
Las lágrimas saladas recorrían mi cara y se secaban en mis mejillas del frío que hacía, las hojas seguían volando por todos lados y el sol se asomaba detrás de las casas.
Yo seguí caminando, noté que estaba cerca de la parada de colectivos y sabía que quería irme a cualquier lugar, con cualquier línea, quería desaparecer de ahí, olvidarme de todo, hasta de mi nombre, de los amigos, de los no amigos, de las situaciones vividas, de todo.
Lucas seguía llamando. El viento frío me alejaba de los recuerdos dolorosos pero su voz me traía de regreso; el sol quería borrar el pasado con sus rayos y su voz oscurecía el paisaje y volvía a ser de noche, la noche en la que todo cambió, cuando yo cambié. De pronto las risas y los recuerdos se convirtieron en gritos y reproches, las promesas y proyectos en una cárcel segura de la que no podía escapar, el amor en odio, en algo incontrolable, en tristeza pura.
Cuando todo terminó aquella noche lo único que sabía era que quería decir todo y él, solo decía que no, que nadie nos iba a creer, que dejara de decir tonterías. Después de eso nos subimos al auto y anduvimos por ahí hasta que me cansé, le grité, me fui y lo dejé atrás.
El camino era mi amigo. De golpe mis ojos se llenaron de lágrimas de alegría, a lo lejos vi la parada de colectivos, me tomé el primero que encontré sin preguntar adonde me llevaba, el alivio había llegado.
El sol ya cubría la ciudad, sus rayos tocaban mis mejillas y mirando por la ventanilla del colectivo seguía repitiéndome la misma mentira una y otra vez: "todo pasó, todo va a estar bien".
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1 comentario:
Buen relato.
¿Todo estará bien?
Saludos
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