viernes, 15 de agosto de 2008

Silvia.

De golpe se vio en esa habitación, los gritos se alzaban y su mirada temía encontrarse con la de él. Todo se movía alrededor, las fotos familiares se reían de la situación, lo encontraba muy insultante. Las manos de él no encontraban lugar más familiar y cálido que sus manos, pero en ese momento redescubrieron el cuello. Las fotos ya no se reían, sino que asquerosamente le gritaban “jodete Silvia”, eso la enfurecía más que el hecho de que las manos de él encontraran gratificante su cuello. El aliento de él apestaba a Vodka o a algún alcohol de esos que él decidía tomar cuando, dicho con sus propias palabras, “todo se iba a la mierda”. Las fotos ya se nublaban, pero sus voces seguían gritándole “¡JODETE SILVIA!”. Y lo nublado fue niebla gris, y bruma, y todo ya no estaba en su lugar, ni siquiera las voces. Lo único que estaba ahí, en el mismo lugar, eran las manos, las manos llenas de ira.
Cuando pasó todo estaba sentada, recorría las calles con la mirada, el pasto le parecía extrañamente verde y le resultaba hermoso el contraste del mismo con las hojas muertas que caían del árbol ya golpeado por el otoño que estaba lentamente convirtiéndose en invierno.
Recordaba que le encantaba caminar por esa plaza, especialmente en esa época de hojas caídas, tardes frías y un sol bondadoso que bañaba su rostro pálido y triste.
Llevaba los ojos bañados de nostalgia, las manos doloridas de amar, el corazón a la deriva y casi sin esperanzas. Y aun así confiaba, esperaba, rezaba su rosario de poemas de amor mirando el sol caer en la ciudad, desierta de gente.
Sabía que se aproximaba un cambio en su vida, que de noche ya nada iba a ser igual, pero así y todo le gustaba ver como todo se movía a su alrededor, como se movía ella y nadie modificaba nada por eso. Sentía que la gente normal no estaría feliz al ver la poca respuesta de sus acciones, pero ella ya no pensaba en otros, ella pensaba en ella y las hojas, en ella y el viento en completa armonía.
- ¡Jodete Silvia!- eran las únicas palabras la atormentaban, pero pasaban rápido como un relámpago.
Siguió caminando por esas calles que le parecían salidas de una película, frías, mágicas y realistas a la vez...soñadora se despidió de los prejuicios, le sonrió al pasado y sintió como sus manos casi tocaban el futuro.
Cerró los ojos y se vio a ella misma, a ella misma volando lejos, lejos de sus prejuicios de los de los otros, de los otros y de ella misma, sintió que todo era contado por un “ella flotante”, como si la voz de su interior fuese un relator deportivo y estuviera en una carrera, corriendo la carrera de su vida, sabía que la corría contra ella misma, contra sus emociones.
Se levantó esperanzada, la armonía continuaba y la paz interior mezclada con la alegría ganaban la carrera, ella ganaba, le ganaba a sus miedos, a su mamá diciendo que no iba a poder, al papá no dándole importancia alguna y a la sobreprotección de sus hermanos, a él diciendo lo que era constante en él y al pensar en todo esto se palmeaba la espalda y lo único que pensaba era “estas ganando”.
Las valijas eran lo único que en ese momento le hacían brillar los ojos y en su rostro hacían aparecer una expresión símil a la de un niño viendo un dulce de pascua. La paz interior se convertía en una tormenta y las olas de sentimientos chocaban y se transformaban en pequeñas lágrimas que brotaban de sus ojos, era la lluvia de aquella tormenta de emociones; volvía a palmearse y a decirse “lo estas logrando”.
La vida se sentía tan dulce, como si fuese la mañana de un cumpleaños muy esperado.
El pasaje estaba ahí, arriba d las valijas, recordándole que no lo tenía que olvidar, que era el pasaporte a su nueva vida, al continuo brillo en sus ojos. Le hablaban y sonreían de lejos diciéndole “ya todo lo que te queda está acá”, se reía mientras imaginaba a las valijas emocionadas por su viaje.
El tren empezó a andar, “¿adonde?, al sur, al mar, a la libertad, vamos a cualquier parte que no sea acá, que no sea yo, mejor dicho que pueda ser yo” se repetía Silvia mientras veía el anden atrás y el futuro adelante.
La vida ahí ya no tenía el mismo sabor, ya se sentía libre, ya era Silvia entera y aunque era invierno abrió la ventana de par en par y sintió el olor a pasto mojado mezclado con el perfecto viento frío que le arañaba la piel. Volvió a sentir que sus acciones no modificaban en nada al resto y no la entristeció ni la hizo sentir más sola en el mundo, sino especial, “especial esta bien ¿no Silvia? Si, si esta bien” y sonreía mientras cerraba los ojos y sabía que estaba cada vez más lejos de todo aquello, de las voces, la foto, sus manos, su aliento, de todo.
De golpe el río se convirtió en mar, el frío en belleza, sus ojos en espejos, la vida seguía siendo dulce “si, esto es vivir” pensaba para si misma y la misma sonrisa de aprobación, y de nuevo las palmadas y esa frase “estoy ganándole a todo esto”.
Sabía muy bien lo que tenía y quería hacer, ella quería ser ella, sin condiciones. Se acordó de lo que le había dicho y siguió sonriendo “estoy haciendo eso que me dijiste antes de que las fotos empezaran a hablar”. Las lágrimas recorrieron sus mejillas y el viento helado se las llevó.
El cartel de la ciudad se alzaba delante de ella, el mar seguía estando ahí, y sus ojos seguían siendo espejos.
Era un día gris, las nubes entre ocultaban el sol, y donde caían los rayos el mar cambiaba de color gris a un azul profundo. “justo como lo imaginaba” se decía a si misma.
Se sentó en la arena y enterró los pies, era tan gratificante que terminó acostándose y pensando en todo lo que él le había dicho antes de que pasara todo lo que pasó, antes de que se sintiera así de independiente, tan lejana de los reproches, tan distendida; y pensaba “así debe sentirse la felicidad”.
Ya no había nadie, de golpe se sintió fría, estaba empapada, seguía sonriendo y dándose palmadas, “esto definitivamente debe ser felicidad”, cuando logró abrir los ojos ya todo había pasado, ya no sentía frío, ni había fotos; ya era ella, ya era libre. No estaba sola, estaba con ella y descubrió ser su mejor compañía. La sonrisa seguía ocupando su cara y ella seguía flotando, se entregó al suave ir y venir de las olas.
Ya todo era luz y eso era ella, ya no escuchaba los gritos desde hacía rato, el dolor se había ido, las fotos la despedían de lejos pero sin reproches, todo había pasado, sus ojos seguían siendo dos espejos. Se olvido de los reclamos y reproches, los dejo en aquella habitación con él y su psicosis diaria, el vodka, su aliento y sus manos iracundas; los dejó junto con su cuerpo. Y ahora era Silvia, al fin, era lo que ella quería ser, era Silvia.

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